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¿Es el animalismo ideológico? Spoiler: no (pero sí es político)

cerdito | Pixabay

En el último tiempo ha surgido un cuestionamiento que se ha vuelto casi un reflejo automático entre los detractores de la causa animal: la idea de que el animalismo sería una "ideología" o, peor aún, un movimiento "extremista".

Estas etiquetas no suelen venir acompañadas de argumentos; aparecen para desacreditar sin pensar, porque etiquetar a una causa es siempre más fácil que debatirla. Es una táctica conocida: cuando un movimiento cuestiona privilegios, prácticas culturales, intereses económicos o estructuras establecidas, la forma más cómoda de frenarlo es acusarlo de ideológico, como si eso bastara para invalidarlo.

Como el objetivo de dicho cuestionamiento es desacreditar al animalismo, resulta necesario aclarar algunos conceptos. Cuando en el debate público se usa la palabra "ideología", se la emplea para describir una doctrina cerrada, un marco rígido que pretende ordenar la sociedad desde una visión única. Pero el animalismo no es eso. No ofrece un modelo de organización social, no propone una teoría totalizante ni busca imponer una interpretación única del mundo.

El animalismo puede ser entendido como un movimiento social e incluso como una postura ética: la convicción de que los animales sienten y que, por lo mismo, deben ser protegidos. A partir de ese mínimo ético, el animalismo se expresa como movimiento social, con estrategias diversas y corrientes distintas que conviven, exactamente igual que ocurre en otros movimientos como el feminismo o el movimiento LGBT+. Esa pluralidad es la mejor evidencia de que el animalismo no es una ideología: no existe una doctrina animalista, sino un principio moral compartido.

José Binfa Archivo personal

La acusación de extremismo sigue la misma lógica. Quienes la formulan jamás explican qué tiene de extremo pedir que no se torture animales como espectáculo, ni qué tiene de radical exigir que se cumplan leyes ya vigentes, que se sancione el maltrato o que el Estado deje de descansar en el voluntariado para tareas que deberían ser políticas públicas. No es el animalismo lo que incomoda; lo incómodo es admitir que los animales importan y que la indiferencia institucional ya no es aceptable.

Ahora bien: si el animalismo no es ideología, ¿por qué tantas personas hablamos de "politizar" la causa animal? Porque aquí conviene distinguir lo que muchos prefieren confundir: la causa animal sí es política. No en el sentido partidista o doctrinario, sino en un sentido más profundo: es política porque depende de decisiones públicas, de prioridades presupuestarias, de leyes, reglamentos e instituciones. El abandono y el maltrato no disminuyen por voluntad individual; se combaten con fiscalización, con programas, con sanciones, con Estado activo. La tenencia responsable sin políticas públicas es solo un discurso vacío. Y así con muchos ejemplos en que la causa animal requiere de la política para su éxito.

Creer que politizar una causa la daña es un error que solo beneficia a quienes quieren que nada cambie. Politizar la causa animal no significa vestirla con banderas partidistas, sino hacerla viable y sostenible. La pregunta no es si queremos una causa animal "pura" o "desideologizada", sino si queremos que siga dependiendo del sacrificio de voluntarios —siempre noble, pero insuficiente— o si al fin asumimos que la protección animal debe ser una política de Estado, con estabilidad administrativa, recursos y responsabilidad.

Por eso, sí: la causa animal es profundamente política. No porque tenga una ideología detrás, sino porque las herramientas para proteger a los animales —leyes, fiscalización, presupuesto, educación, regulación— son inevitablemente políticas. Negarlo no vuelve la causa más auténtica; la vuelve más frágil. Negarlo es romantizar el voluntariado, cuando la realidad es que las organizaciones e individuos enfrentan problemas para hacer sostenibles los rescates y cuidados de animales, lo cuales de otra forma estarían abandonados o siendo maltratados.

En ese sentido, lo que algunos llaman "ideológico" no es más que la incomodidad de reconocer que una causa tiene consecuencias públicas. La protección animal, igual que la protección del medio ambiente, no puede quedarse en el plano de las buenas intenciones. Así como dicen que la ecología sin política es jardinería, también podemos decir que el animalismo sin política es voluntariado, y la protección animal sin políticas públicas es solo caridad. Y aunque la caridad alivia, lo que los animales necesitan es justicia y voluntad política. 

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